El malvado estrés por Rosy Martinez de Burgos
La actual sociedad competitiva, por mucho que se pondere el mito del bienestar, convierte a veces a los humanos en seres agobiados por tantos mensajes hostiles como reciben del medio en el que se desenvuelven.
Porque desde el nacimiento hasta el último momento de la existencia, es preciso sortear infinidad de obstáculos y eso provoca estrés, un invento anglosajón que en realidad, desde las cavernas, siempre existió y que se refiere a aquello que implica una exigencia mayor a las posibilidades que cada uno tiene
Conviene tener presente que cualquier relación puede ser una fuente de exigencia y por tanto de este mal que los engloba a todos (los padres educan, los profesores exigen disciplina académica, los jefes resultados, las parejas comportamientos ordenados, los amigos lealtad etc).
Contra sus efectos la filosofía contemporánea de la supervivencia recomienda un cierto pasotismo para olvidar el trabajo permanente del cerebro y del sistema nervioso, que no permite capacidad de descanso ni de relajación y llega a producir insomnio.
En otro orden de cosas, concretamente el estrés, cuyo significado literal es: “esfuerzo, o violencia que da lugar a todo tipo de investigaciones y estudios sobre sus efectos en la piel.
Así que cada vez más se convierte en un tema que preocupa a los cosmetólogos y que sin lugar a dudas y gracias a sus resultados muy positivos, vende.
LO MÁS ESTRESANTE
Existen diferentes causas que generan estrés y entre ellas sobresale la del trabajo entendido como una obligación ineludible y con marcados objetivos a cumplir.
Querer que todo sea ¡ya mismo! implica un trabajo permanente del cerebro, del sistema nervioso, cuya base de pensamiento es: “debo…”, “hay que…”, “tengo que…”. Se deja a un lado la capacidad de descanso, de relajación y a veces aparece el insomnio.
En el fondo subyace el temor a muchas cosas, a la soledad, a la falta de medios, a perder el empleo.
El estrés se potencia con la no aceptación de las limitaciones naturales, de la pura y dura realidad, que por cierto, no tiene nada que ver con la autocompasión o la lastima por uno mismo.
Una posible solución es la de pensar mas y mejor en uno mismo, Permitirse sensaciones y cuidados y escapadas y en definitiva, un islote entre los agobios cotidianos.
PIELES EXCITABLES
El estrés no favorece nada. La piel pierde luminosidad, las ojeras se acentúan y con determinados rictus, las arrugas se marcan.
En realidad las terminaciones nerviosas libres de la epidermis, tienden a responder de manera desproporcionada ante dos tipos de señales:
1-Las enviadas por el entorno (factores climáticos, variaciones de temperatura, humedad, productos químicos, malestar interno etc.).
Obligan a los nervios a emitir unas sustancias denominadas neuropéptidos, que al actuar sobre las células cutáneas las obligan a segregar citoquinas o sustancias inflamatorias.
2- Las procedentes de interior: Las emociones provocan una vasoconstricción mas o menos duradera por la que la micro circulación se ralentiza produciendo un riego defectuoso de las células cutáneas y consiguientemente incomodidad y tono apagado.
Y como el sistema inmunitario, el nervioso y el cutáneo forman parte de una superorganización cuya misión es la de proteger al máximo el organismo en general, la cosmética se ha cargado de un innegable protagonismo al poner en marcha un filón inagotable, que podría denominarse “en busca de la calma perdida”.
FORMULAS EXCEPCIONALES
Las formulas dedicadas a combatir el estado de estrés siguen diferentes derroteros.
Algunas se inclinan por la aromaterapia y otras lo hacen por las vitaminas, los taninos y los flavonoides.
¿Qué tienen en común las uvas rojas, las cebollas blancas, los tés verdes y negros, y los frijoles caupí?
Además de sus niveles altos de vitaminas y minerales, estos alimentos vegetales ofrecen un alto contenido de una clase de compuestos químicos llamados flavonoides, capaces de neutralizar muchos mensajeros del estrés.
Multitud de sus efectos beneficiosos se encuentran relacionados con su actividad antioxidante, es decir, de defensa del organismo contra los radicales libres (pequeñas moléculas que se producen durante los procesos metabólicos normales).
Su producción excesiva daña las células y sus componentes, incluido el ADN (material genético) celular.
La cosmética los adora por su gran poder antioxidante y antiinflamatorio y porque minimizan la insuficiencia venosa y la fragilidad capilar aumentando el aporte de oxígeno a las células y mejorando eficacísimamente la textura y apariencia de la piel.
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